segunda-feira, 26 de novembro de 2012

Entrevista - Antonio Negri

Interessantíssima entrevista de Antonio Negri, que deu conferências e particiou de vários debates por países da América Latina.


Abaixo uma entrevista dada ao Jornal argentino Página 12. Uma entrevista interessante porque além de analisar importantes temas da política argentina, Negri ressalta em diversas passagens a importância política, econômica e democrática do Brasil.


Negri faz elogios a certas ações políticas e democráticas do nosso País, mas não o aponta como modelo. E, ao final, ressalta alguns equívocos da esquerda e possíveis soluções para esses equívocos.




http://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/21-208601-2012-11-26.html




“Este es un momento maquiavélico puro”

El autor de Imperio plantea por qué fracasó la izquierda en Europa y señala los desafíos que tienen los gobiernos progresistas en América latina, una región que sigue con atención. El Estado, los movimientos sociales y los desafíos actuales en torno de los beneficios del bienestar social.



 Por Verónica Gago y Diego Sztulwark

–Hace unos años proponía una hipótesis para entender la situación política en Sudamérica: decía que había un atravesamiento del Estado por parte de los movimientos sociales. De esta manera, el poder constituyente de los movimientos podía de-sarrollarse, si bien de un modo conflictivo, al interior del poder constituido. Ahora habla de estar “dentro y contra” el Estado. ¿Cómo lee actualmente esta relación entre potencia popular y Estado?

–Yo creo que cuando se dice “dentro y contra” se hace una afirmación metodológica que siempre debe ser confrontada con las determinaciones de lo concreto. No es que “dentro y contra” signifique siempre lo mismo, sino que se trata de adoptar una perspectiva desde la cual mirar las cosas. Tengo la impresión de que tanto desde el punto de vista de la gestión económica como desde la política ha habido en los últimos años un relativo declive a partir de la situación inicial que se había formado en la última década, después de 2001, que fue una situación efectivamente revolucionaria. Hubo un primer desplazamiento desde el punto de vista económico a partir del gobierno de Néstor Kirchner: se da una recuperación productiva que toma como base a la producción social en un sentido amplio y se produce una confrontación con los diktat de los mercados, sustentada por la experiencia de resistencia del período previo. Este primer momento es efectivamente muy importante en la medida en que toma la fuerza de los movimientos piqueteros, las ocupaciones de fábricas, la organización barrial como base de esa ampliación del terreno de la producción social, sin encerrar esas experiencias en una interpretación puramente ideológica. Este elemento nuevo de la productividad social insurgente es la fuerza que logra representarse en un proceso institucional efectivo, que tiene como espacio definido a la nación. En este sentido, el poder político nacional concreta la efectiva necesidad de tener un punto de referencia central para enfrentar a los mercados y sus maniobras monetarias. Por ejemplo, desde este punto de vista, la renegociación del pago de la deuda y las tratativas con el Club de París han sido un momento de recalificación de la trama institucional de la democracia argentina respecto de los esquemas heredados del peronismo tradicional tomando en cuenta las mutaciones en el tejido social.




–¿Y qué impresión tiene sobre lo que sucedió después?–Desde el punto de vista económico parece haberse dado una aceleración hacia el extractivismo, empujada por el agronegocio de la soja, consolidando la estructura de relaciones con las grandes empresas multinacionales. Seguramente la disputa con el campo tuvo que ver con todo esto. Desde este punto de vista, me parece que ha habido un estancamiento y un fuerte intento de centralizar poder por parte del gobierno. El extractivismo no es sólo un hecho económico. No se trata sólo de discutir que pueda resultar útil concentrar la producción en ciertos productos, sino también de tener en cuenta que funciona como negación efectiva de una democratización económica, en el sentido de que niega una productividad social generalizada. Ahora, la pregunta es cómo hace el modelo actual para garantizar un efectivo régimen de welfare (bienestar) en Argentina. Tengo la impresión de que las políticas sociales –tal como sucede, por ejemplo, en Venezuela– adoptan cada vez más la apariencia de concesión realizada al pueblo, más que ser consecuencias de una movilización general productiva a la cual corresponde un welfare efectivo.




–¿Y cómo funciona entonces el “dentro y contra” el Estado en este contexto?–Consiste en la utilización del Estado, para decirlo así, al interior del espacio global de los mercados, poniendo en el centro este problema fundamental de la democracia, que no es tanto el problema de la libertad, como el de la producción. Quiero decir que es en el nivel de las condiciones materiales de la producción que se juega, en esencia, el devenir democrático y la conquista de nuevas libertades.




–¿Cómo cree que manejan esta relación entre neoextractivimo y welfare otros países de América latina? Pensemos en experiencias tan importantes como Venezuela y Brasil.–Ya hemos mencionado lo que pasa en Venezuela. No sé si se puede llamarlo welfare, pero hay allí, sin dudas, una difusión de servicios a las comunidades con un significativo salto político y tecnológico con el apoyo cubano (médicos, maestros, etc.). Fue algo muy importante, en la medida en que el nivel de expectativa de vida se fue acrecentando. Sin embargo, una verdadera democratización de la sociedad supone enfrentar muchas dificultades. Por ejemplo, los problemas que hubo con las misiones al mismo tiempo en que se forma una nueva burguesía tan activa como rapiñera. Tengo un juicio más positivo del proceso brasileño que cuenta con condiciones excepcionales desde el punto de vista de los recursos naturales y sociales. Hay en efecto una situación muy afortunada, pero no hay duda de que la política de Lula fue capaz efectivamente de hacer participar a todos del desarrollo, configurando una sociedad abierta, en términos democráticos y productivos. Lula desplegó una lucha de clases continua, en contra de una burguesía y de un sector capitalista fuerte y con gran capacidad, lo que supone problemas enormes.




–¿Brasil le parece un modelo?–No sé si estas luchas puedan darse de igual modo en otros lugares. No creo que su política sea un modelo. Pero estos días me preguntaba sobre el énfasis del discurso oficial sobre la batalla con el Grupo Clarín. Lula debió enfrentar la enorme capacidad de la televisión brasileña y no fundó ni un solo diario, sino que se apoyó en la capacidad de intervenir sobre los otros sectores, sustentado en una politización de bases a través de los grandes movimientos, como el MST y los movimientos de las favelas que fueron extremamente importantes. La situación argentina no parece contar hoy con una capacidad de recrear movimientos sociales de esa magnitud, aunque guardo muchas dudas al respecto. De todas maneras, me parece que el problema de la democracia se plantea con toda claridad en América latina, que ya no puede ser pensada como un territorio periférico sino que en muchos aspectos constituye un escenario central para todos nosotros.




–El extractivismo convive en buena parte de América latina con una retórica contraria al neoliberalismo, aun si hay una serie de prácticas sociales que funcionan según lógicas de apropiación neoliberales. ¿Cómo evalúa este desfasaje?–A mí me parece que cuando el Estado se pronuncia contra el neoliberalismo dice una mentira. Existen toda una serie de acuerdos específicos con las multinacionales. Es un poco lo que sucedió aquí luego del conflicto con el campo. Dentro del marco que surge de estos acuerdos actúan las empresas nacionales y los emprendimientos cooperativos inmersos en una lógica capitalista. ¿Están estos gobiernos en contra del neoliberalismo? Tal vez sea mejor decir: están en contra de las extremas consecuencias del neoliberalismo, que son las de anular el welfare. Pero éstas son extremas consecuencias.




–¿Se puede pensar que es el capital financiero como tal el que funciona de un modo extractivo con respecto a la producción de valor del conjunto de la sociedad?
  
–Me parece que la relación entre capital financiero y extractivismo es de una identidad completa. Aunque los gobiernos progresistas de Sudamérica han planteado nuevas relaciones de fuerza en relación con los mercados financieros, lo cierto es que estos capitales siguen funcionando a partir de la expropiación del valor producido por la cooperación social. El capital financiero sigue siendo el elemento que unifica el complejo social, de un modo abstracto, es cierto, pero efectivo. Y no se trata de una intervención que venga desde afuera, de un modo imperialista, sino una intervención que condiciona la entera máquina social, y busca prefigurarla. Por eso es insuficiente toda tentativa de oponerle meramente una estructura de regulación vertical. El problema político que se nos plantea es, en cambio, cómo articular las pluralidades productivas en la protesta. Yo no veo una propuesta diferente.




–¿No le parece que es también un problema el modo en que se fija una cierta imagen del movimiento social, incapaz de dar cuenta de nuevos modos de organización más difusa?–Creo que efectivamente éste es un verdadero problema. Veo que estos días se habla de los cacerolazos. Más allá del sentido político que ha tenido el movimiento –por lo que escucho aquí, se trata de un movimiento básicamente de derecha–, se trata de fenómenos que no se expresan al nivel institucional, sino en el nivel de las multitudes. Se plantea la pregunta: ¿cómo se puede decir si una multitud es “buena” o “mala”? Yo creo tener una respuesta, pero que es abstracta: lo que distingue a la buena multitud de la mala es lo que llamo el común. Se trata de una hipótesis teórica que abarca también una noción de democracia sustancial, y no como algo meramente formal. Me refiero a la democracia en cuanto capacidad de organizar un conjunto de relaciones, y extraer de ellas una conciencia política. El comunismo no es algo que pueda brotar del común de modo directo. Por eso hay que crear formas políticas capaces de poner a las singularidades en relación, y de darle una forma institucional al proceso.




–¿Cómo piensa esa forma institucional sin que se trate de un cierre sobre el Estado nacional?–Creo que después de la gran polémica contra el Estado nación y frente al poder de innovación capitalista debemos reflexionar sobre las formas en que se considera hoy la cuestión desde la izquierda. En Europa el fracaso de la izquierda consiste en no haber logrado ir más allá del Estado nación y no llegar a imaginar una gestión del poder por fuera y más allá del Estado nación. El defecto de la izquierda en Europa es haber identificado la idea misma de gobierno con una instancia única. Al fijar la idea de gobierno al Estado nacional se bloqueó la capacidad de imaginar formas de gobierno sobre los mercados, que claramente exceden los confines nacionales. Y entonces, sucede que los mercados crean por ellos mismos sus instancias de gobierno. Así, el Banco Central actúa como representante de la red de Europa: de esto se trata el comunismo del capital. En América latina las cosas se dan de otro modo, aunque también aquí se trata de superar las visiones que se cierran en términos de proyectos nacionales-extractivos. Y me parece que la posibilidad de articular una espacialidad más amplia pasa por comprender el papel que juega Brasil.




–¿En qué sentido?–Porque el Brasil produce más de lo que producen los demás países de América latina y tiene una enorme capacidad de atracción sobre el nivel internacional, que lo coloca necesariamente en una posición hegemónica. Este problema queda por fuera del concepto de hegemonía que plantea Laclau, que refiere exclusivamente al nivel nacional, excluyendo la necesidad de tomar en serio el nivel regional. Creo que habría que pensar en un equilibrio en la relación entre espacios nacionales y regionales a partir de una colaboración real. Porque si los países se encierran sobre la exportación de sus recursos naturales, es muy fácil que compitan unos contra otros, al estilo medioriental, pero sin jeques.




–Usted habla de una serie de paradojas en torno de lo que llama biocapitalismo y el sujeto actual “hombre-máquina” como parte de la dinámica de valorización. ¿De qué se trata?–Sería importante volver a trabajar sobre las nociones de Marx tales como capital constante y capital variable, y capital fijo y capital circulante para ver cómo esas categorías se modifican a partir de la hegemonía del capital financiero. La paradoja es que al mismo tiempo que las finanzas constituyen actualmente el mando mismo del capital, la fuerza de trabajo está determinada por nuevas formas de existencia en virtud de su movilidad, de la incorporación de conocimientos y de la autonomización de su cooperación. En este sentido, se puede decir que el trabajo vivo sufrió un cambio antropológico: el hombre-máquina –para tomar la imagen de Deleuze y Guattari– se apropió de elementos de lo que tradicionalmente Marx llamaba el capital fijo, es decir, las máquinas. Esta mutación supone que el capital ya no dirige al trabajo de modo directo, sino a la distancia, capturando al trabajo a partir de dispositivos financieros. Se trata de un capital que capta el resultado del trabajo en red. Esta es una gran diferencia, que implica una serie de consecuencias políticas.




–¿Por ejemplo?–Por ejemplo con respecto a la cuestión de la propiedad, que concierne cada vez menos a la posesión inmediata de un bien y más a la apropiación de toda una serie de servicios. La propiedad depende cada vez más del conjunto del trabajo que se organiza alrededor de la posesión. La composición de este trabajo se da como una realidad enteramente biopolítica, lo cual implica un movimiento de subjetivación fundamental. A mí me parece que sobre este terreno se debe desarrollar la reconstrucción de un pensamiento revolucionario, en el sentido de ligar el análisis de estas transformaciones con la utopía: en esto Maquiavelo, Lenin y Gramsci siguen siendo muy actuales para nosotros.




–Usted habla también de una moneda del común, ¿a qué se refiere?–Creo que hoy se plantea el problema de la reapropiación de la riqueza común, la cual sólo puede darse a través de la moneda del común, para volverla lo más extensa posible, aceptando siempre la abstracción de la relación, ya que en eso no se puede volver atrás. Y luego, sobre este terreno, es sólo una lucha común en el nivel global la que resuelve el problema. Yo no veo otras soluciones. Se pueden tener soluciones particulares de ruptura, echar a una multinacional, repetir operaciones como la del 2001, no pagar, declarar la insolvencia: son momentos de lucha pero no de solución. Son todos problemas que se ponen políticamente de manera muy fuerte, por eso éste es un momento maquiavélico puro.
* Colaboró: Maura Brighenti.

quarta-feira, 7 de novembro de 2012

PROTESTOS SOCIAIS - Elevar a voz para pedir silêncio - Prof. Mauro Benente


Interessante artigo do Amigo e Prof. da UBA Mauro Benente sobre protestos sociais e o movimento marcado para amanhã na Argentina

"Sobre los principios tenemos acuerdo, el desacuerdo emerge al momento de dotarlos de sentido, y la situación se puede radicalizar notablemente si llegamos a creer que no es posible garantizar todos los sentidos de la libertad o de la seguridad, en un mismo lugar y al mismo tiempo (...) Es así que el de la “libertad” se resignifica en “no somos lib
res de salir del país pues hay que pedir permiso para que te den unos pocos dólares como si fuéramos criminales”, “te dicen en qué divisa tenés que ahorrar”, “no podés negociar tu vivienda de la manera en que se te antoje”. La lista es más extensa, pero aquello que anuda los hilos del reclamo radica en una exigencia de silencio. No discutir por qué usar dólares, por qué ahorrar en determinada manera, por qué negociar la vivienda de cierto modo. Se exige un retiro del Estado. Pero es un destierro, no para erigir una esfera pública no estatal en la que estas cuestiones se discutan, sino para que ellas sean devueltas a la oscuridad del mercado, sean decididas en silencio."





http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-207266-2012-11-07.html





Por Mauro Benente *

Alzar la voz para pedir silencio

La segunda parte de la década de 1990 y los primeros años de este siglo transformaron a la Argentina en un muy interesante laboratorio para pensar los fenómenos de protesta social. Por un lado, los denominados fogoneros y luego piqueteros reclamando por trabajo, educación, salud y, a la vez, apostando por prácticas de autogestión tendientes a solucionar conflictos dramáticos causados tanto por privados cuanto por el Estado. Por otra parte, años más tarde, las denominadas asambleas barriales, inicialmente nucleadas alrededor del “que se vayan todos”, pero luego también volcadas a un espacio de autogestión pública de las problemáticas barriales de comedores, escuelas, salas de primeros auxilios, etc. A pesar de las distancias que separaban a ambos colectivos –fugazmente unidos bajo el canto “piquete y cacerola, la lucha es una sola”–, en el corazón de las demandas y repertorios de protesta se ubicaba la conquista de palabra pública. Por aquel entonces, lo público, lo político ya no se confundía con el Estado.
En una tradición en la cual lo público es asociado a lo estatal, en un contexto en el cual el neoliberalismo había congelado la discusión política porque la resolución de los problemas políticos no transitaba por el sendero de la política, el momento dislocante que acontece en plena crisis es la irrupción de una palabra pública no estatal. He allí un alzamiento de voces, una (re)apropiación de palabra alzada en un ámbito público –el de la autogestión en los barrios, el de discusión política en el barrio y en la asamblea–, no imbricado con el Estado. La de aquellos años era una protesta por resituar diferentes problemáticas en la esfera pública. Muy por el contrario, aquello que se perfila para el cacerolazo del 8 de noviembre parece ser un grito para resituar algunas discusiones en el ámbito privado. O, si se quiere, y de modo inverso a lo que sucedía hace poco más de una década, una protesta que reclama silenciar discusiones que, actualmente, son públicas.
Nunca es fácil dar cuenta de la motivación que está detrás de los episodios de protesta social puesto que, en definitiva, siempre resulta por demás dificultoso detectar con precisión aquello que motiva cualquier acción social. Difícil es saber por qué determinados sectores sociales, que al menos en Buenos Aires hicieron su ingreso a Plaza de Mayo por Diagonal Norte, agitaron sus cacerolas el 13 de septiembre. También resulta complejo hallar las razones de la convocatoria al cacerolazo del 8N. Una novedad que trajo el 13S y que se repite en el 8N es la inexistencia de una organización social claramente identificable por detrás de la convocatoria, algo que, como han mostrado las revueltas árabes y el movimiento #yosoy132 en México, no es un invento argentino. De todos modos, esta situación dificulta aún más identificar la motivación de la acción.
Sin embargo, si nos remitimos a algunas pancartas que aparecieron en el cacerolazo del 13S, frases como “no a la reforma constitucional”, “libertad” y “seguridad” se constituyeron como los reclamos más urgentes. Sobre el primero, cabe aclarar que no hay proyectos de ley con estado parlamentario tendiente a declarar la necesidad de una reforma constitucional en vistas a permitir un tercer período presidencial consecutivo. Sobre los restantes, entiendo que, en principio, reclamos por mayor “libertad” o más “seguridad” son sumamente atendibles. Podemos acordar en exigir “libertad” y “seguridad”; sin embargo, el momento del desacuerdo no se suscita en el nivel de los principios, sino en el sentido –siempre político– que a ellos les otorguemos. Seguridad puede ser seguridad de estacionar un automóvil importado en la calle y que al volver se encuentre allí, pero seguridad puede ser estar seguros de no perder el empleo. Lo mismo sucede con la libertad. Se puede reclamar por tener la libertad de ahorrar en dólares, o por la libertad de no tener que salir a trabajar a los 13 años y así poder escoger, libremente, una carrera secundaria. Sobre los principios tenemos acuerdo, el desacuerdo emerge al momento de dotarlos de sentido, y la situación se puede radicalizar notablemente si llegamos a creer que no es posible garantizar todos los sentidos de la libertad o de la seguridad, en un mismo lugar y al mismo tiempo.
De la convocatoria que surge de www.argentinosindignados.com y como también podía advertirse en algunas pancartas del cacerolazo del 13S, otro de los reclamos exige “basta de mentiras”. Es sabido que la mentira supone su antinomia, la verdad. La mentira es una construcción, edificada en un marco de relaciones de poder. La verdad también es una construcción. También instituida en el marco de relaciones de poder. El punto aquí, según creo, es a qué modo de construcción de la verdad, y a qué verdades se apela para acusar al otro, quien sea, de mentiroso. Sin embargo, el punto más notable del mencionado sitio web es que dota de sentido aquellos grandes principios. Es así que el de la “libertad” se resignifica en “no somos libres de salir del país pues hay que pedir permiso para que te den unos pocos dólares como si fuéramos criminales”, “te dicen en qué divisa tenés que ahorrar”, “no podés negociar tu vivienda de la manera en que se te antoje”. La lista es más extensa, pero aquello que anuda los hilos del reclamo radica en una exigencia de silencio. No discutir por qué usar dólares, por qué ahorrar en determinada manera, por qué negociar la vivienda de cierto modo. Se exige un retiro del Estado. Pero es un destierro, no para erigir una esfera pública no estatal en la que estas cuestiones se discutan, sino para que ellas sean devueltas a la oscuridad del mercado, sean decididas en silencio.
Ahora bien, el punto a destacar es que el retiro de lo público –en este caso bajo la forma estatal–, la sustracción del debate de ciertos asuntos y su refugio en el silencio, no implican el afloramiento de una supuesta libertad esencial de los individuos. La forma de gobierno basada en libertades, es eso: una forma de gobierno, no una ausencia de gobierno. Esa forma, que apela a una subjetividad libre, a una subjetividad empresaria de sí misma, al menos en nuestras pampas ha adoptado un nombre bien preciso: neoliberalismo. Según creo, cacerolazos como el del 13S y la convocatoria al 8N no se constituyen como protestas tendientes a reclamar y a constituir un espacio público no estatal. De lo que se trata es de alzar la voz para pedir silencio. Que haya cosas que no se discutan.
* Profesor de la Facultad de Derecho (UBA), Conicet.

sábado, 3 de novembro de 2012

Dworkin na UBA - Video

Compartilho, do blog do Gargarella,  o vídeo da palestra que Ronald Dworkin proferiu na UBA no ano passado, quando recebeu o título de Doutor Honoris Causa por aquela Universidade. A conferência foi uma homenagem a Carlos Santiago Nino, o video pode ser visto aqui 

sexta-feira, 2 de novembro de 2012

Habemus Ministrum


Retomando as atividades blogueiras na "primavera" curitibana, trago a notícia do STJ aqui e da FSP (abaixo) que Teori Zavascki foi nomeado o novo Ministro do STF e tomará posse ainda este mês. Abaixo as das notícias: 

Dilma assina nomeação de novo ministro do Supremo

Teori Zavascki deve tomar posse no dia 29
DE BRASÍLIA
A nomeação de Teori Zavascki para o Supremo Tribunal Federal (STF) foi assinada pela presidente Dilma Rousseff e publicada ontem no "Diário Oficial" da União.
O ministro deverá tomar posse no dia 29, já sob a presidência de Joaquim Barbosa. Em tese, ele poderia ser empossado desde já, mas o evento ficou para o fim do mês, pois o cerimonial do Supremo precisa de tempo para organizar a cerimônia e distribuir os convites.
A expectativa no STF é que até a data de sua posse o julgamento do mensalão já tenha sido finalizado.
Mesmo que o tribunal ainda esteja definindo as penas aos réus, esses ministros consideram que Teori não deva participar da chamada dosimetria, pois ele não participou da condenação dos réus.
Apesar de não ter participado do julgamento de mérito, Zavascki poderá julgar recursos que venham a ser apresentados ao tribunal pelos advogados dos réus.
Zavascki foi nomeado por Dilma para a vaga deixada por Cezar Peluso, que se aposentou em setembro ao completar 70 anos. A presidente ainda precisará indicar mais um nome para o lugar do atual presidente, Carlos Ayres Britto, que deixará o tribunal até o dia 18.
A cerimônia de posse de seu substituto na presidência, Joaquim Barbosa, está marcada para o dia 22.